Durante las dos décadas que siguieron a la Revolución de Mayo, los tucumanos estuvieron de acuerdo en que el doctor Nicolás Valerio Laguna era un hombre difícil y bastante tozudo. Pero se inclinaban ante su prestigio, su probidad y sus condiciones intelectuales. Por eso le confiaron candentes responsabilidades.
Era uno de los diez hijos del español Miguel de Laguna y de la tucumana Francisca Bazán. Nació en San Miguel de Tucumán en 1772, en la casa paterna donde en 1816 se juraría la independencia. Estudió en la Universidad de Córdoba y allí se doctoró en Leyes. En 1797 registró su título en la Real Audiencia de Buenos Aires, y en 1799 lo hizo ante el Cabildo de su ciudad natal.
De la primera hora
Un año antes de la Revolución de Mayo, ya alentaba ideas subversivas sobre la administración realista. Cuenta el coronel José Moldes que, en 1809, se reunió en Buenos Aires en la quinta de Terrada con varios “americanos que me dijeron trataban de la independencia”. Le encargaron propagar esa idea en el interior, conectándose con gente que la compartiera. Como interlocutor en Tucumán, Moldes eligió al doctor Laguna.
Ese mismo año, el jesuita Diego León de Villafañe narraba en carta a Ambrosio Funes una conversación con Laguna. Este le había manifestado que “hallándonos sin Rey en el Reino, recae toda la autoridad gubernativa en el pueblo”. Sabemos que esa tesis sería la sostenida por los patriotas meses después, en el Cabildo Abierto del 22 de mayo. En la misma carta, Villafañe calificaba a Laguna de “abogado con una instrucción en asuntos del Derecho del Hombre, que no se encuentra fácilmente en otros”.
Concepto federal
Poco más tarde, el 25 de mayo de 1810, los criollos de Buenos Aires sustituían al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros por una Junta Gubernativa. Se iniciaba la revolución. La grave novedad llegó a Tucumán a comienzos de junio y se la trató en un Cabildo al que asistieron todos los vecinos notables. Cuando le toca hablar, Laguna sostiene que antes de tomar medida alguna sobre la forma de gobierno, hay que conocer la opinión de “la ciudad, villas y lugares de esta jurisdicción”, emitida cuando se reúnan sus habitantes “física, moral y legalmente”.
Cuando tal cosa ocurriese, recién daría su opinión. Entretanto, proponía apoyar a Buenos Aires contra cualquier ataque extranjero, “sin que por eso se entienda prestarle obediencia, sino solamente concordia con honor y sin bajeza”. El historiador Manuel Lizondo Borda entiende que esta postura “anuncia ya una convicción democrática y un concepto federal de gobierno”.
En la Asamblea
Cuando se convoca a la Asamblea General Constituyente, el doctor Laguna y el teniente coronel Antonio González Balcarce resultan elegidos representantes por Tucumán. Llevan instrucciones de inspirarse en la carta de Estados Unidos, cuando se confeccione la Constitución. El doctor Laguna se hace notar inmediatamente.
La corporación, reunida en Buenos Aires en 1813, declara que los diputados lo son “de la Nación en general”, y que no pueden “de ningún modo obrar en comisión”. El historiador José Luis Busaniche subraya que esta sanción desbarataba las miras federalistas que contenían las instrucciones dadas por los Cabildos a varios diputados. Pero Laguna salva con firmeza su responsabilidad, proclamando que sostendría “la majestad del pueblo” y que no daría lugar “sino a la Confederación”.
El tucumano desenvolvía su argumento. Si la Asamblea y el Gobierno eran provisorios hasta que sancionara una Constitución, el juramento de los diputados “no tenía otra firmeza que la del acto a que se agregaba”. Y que “bajo este supuesto y certísima doctrina, no se podía decir que el Tucumán prestó para siempre la cerviz doblada en la Asamblea. Porque si no me entendían lo que significan las palabras ‘Provincias Unidas’ los que prestaron juramento, sacrílegamente juraron”.
En efecto, decía, jurar “Provincias Unidas” no quería decir jurar la unidad de las provincias. “Quien juró y declaró las ‘Provincias en Unión’ no juró la unidad ni la identidad, sino la Confederación de las ciudades”. Porque, a su juicio, la palabra unidad “significa un individuo, una sustancia sin relación a partes, un todo”. Pero la “unión” significa “el contacto de partes realmente distintas y separadas”. En política, así lo demostraba “la federación de los Estados Unidos”.
Sobre las dietas
Inclusive, él había confeccionado un proyecto de Constitución que envió en consulta al Cabildo de Tucumán y cuyo texto lamentablemente no se halla en los archivos. Justificadamente, el historiador Alberto G. Padilla destaca a Laguna como sostenedor de la orientación federal y republicana, en una asamblea de ideas monárquicas.
Cuando la Asamblea resolvió que las dietas de los diputados serían pagadas por el Tesoro de Buenos Aires y no por el de las provincias, envió su queja al Cabildo, el 26 de abril de 1813. Decía que para no poner obstáculos a la causa patriota, y para que no se dijera algún día que tuvo motivaciones de dinero, “no he querido, no quiero, ni puedo, recibir 2.000 pesos que por la Asamblea ha asignado el erario de Buenos Aires”, a percibirse además de los 500 pesos del viático.
Decía: “la razón de mi negativa se reduce a que estas asignaciones del erario público sin especificación alguna”, deben ser “una decisión del sistema que ha de gobernar estas provincias”. Tomarlas antes de resolver la forma de gobierno, equivalía a “querer recoger los frutos antes de plantificar la causa”.
Variadas impresiones
Señala el historiador Ricardo Jaimes Freyre que la intransigencia de Laguna en la Asamblea, “le valió gravísimos disgustos dos años más tarde, hasta el punto que su colega Monteagudo lo injurió violentamente y Balcarce lo amenazó con darle de puñaladas si votaba con arreglo a sus instrucciones”. Así lo refirió Laguna en carta al Cabildo de Tucumán.
El Deán Gregorio Funes, en una misiva al mariscal Sucre de 1826, opinaba que Laguna “es un sujeto de bastantes luces, de un carácter imperturbable”, y que como diputado en la Asamblea, “mostró una oposición decidida a las pretensiones de los gobiernos de Buenos Aires”. No compartía estos elogios el porteño doctor Gervasio Antonio Posadas. Calificaría con sarcasmo a Laguna, en sus memorias, como “licenciado en Metafísica y de consecuencias ininteligibles”… Esto último aludía a las alambicadas exposiciones que eran tan del gusto del tucumano.
Gobierno y renuncia
En 1820, el general Juan Bautista Bustos convocó a un Congreso General, que planeaba realizar en Córdoba. Como diputado por Tucumán, fue designado Laguna. Dio mil idas y vueltas para demorar su partida, y finalmente presentó la renuncia. Argumentó que “la voluntad general” no apoyaba sus puntos de vista, como se lo mostraban “las contradicciones públicas que he experimentado a todas las ideas que he expresado”.
El 18 de noviembre de 1823, Laguna fue nombrado gobernador e Tucumán, durante los días turbulentos de la guerra civil. Renunció antes de tres meses, alegando su “insuficiencia”. La Sala de Representantes no tenía quórum para considerar la dimisión y se la devolvió, ordenándole continuar en el cargo hasta que se pudiera decidir.
Laguna no aceptó el pretexto. Cinco días más tarde, envió a la Sala un oficio tajante. En el mismo, dice el acta, renunciaba “por tercera vez al empleo, tan ejecutivamente que conmina con la amenaza antisocial de separarse del despacho y cerrar sus puertas”. No tuvieron más remedio que aceptar su retiro y designar gobernador al coronel Javier López.
Otro gobierno y éxodo
Luego de vencer a Gregorio Aráoz de La Madrid en la batalla de El Rincón, Facundo Quiroga hizo nombrar otra vez gobernador al doctor Laguna, en 1827. Renunció al poco tiempo. Le era imposible, dijo, “mandar una provincia movediza”, donde había que adoptar “medidas cortantes y estrepitosas”, de las que no se sentía capaz.
Para que no lo molestaran de nuevo con ofertas de cargos públicos, se recluyó en la “sala” –que hasta hoy se conserva- de su estancia del valle de Tafí, denominada entonces “Potrero de Carapunco” y luego “Las Tacanas”. Aislado de todos, pasó allí casi una década. Hasta comienzos de 1838 cuando, cargado de funestos presagios, bajó a Tucumán.
Dictó ante el escribano Emilio Sal un testamento, donde nombraba herederos a su sobrina Mercedes Zavalía y a su sobrino nieto Fernando de Zavalía. Hizo constar que se hallaba, “aunque enfermo, en pie, en mis sentidos y potencias”.
La muerte
Murió el 12 de junio de 1838, en la casa paterna que había cobijado, veintidós años atrás, al Congreso de la Independencia. En la partida de defunción, el párroco José Eusebio Colombres anotó que “en el decurso de su enfermedad se confesó y como buen católico recibió repetidas veces los Santos Sacramentos”.
Tenía doscientos libros, lo que constituía una importante biblioteca para esos tiempos. Poseía no sólo obras de Derecho Civil y Canónico y compilaciones de la legislación española, sino también numerosos textos de Filosofía y Teología (diez tomos de Santo Tomás, tres de Kempis, ocho de Bossuet, por ejemplo) así como obras de Historia de España y clásicos. Todo, generalmente en latín. No había libros en francés o en inglés.
Jaimes Freyre definió al doctor Laguna como “un hombre independiente y altivo, que se adaptaba con dificultad a las circunstancias y solía provocar disensiones y conflictos por el invencible apego a sus propias opiniones”. Esto no impidió que “durante largos años su nombre fuera invocado en las situaciones más arduas”.